¿Se pueden robar trozos del alma?

Hartazgo, creo que es la palabra. No es el caso de esta, una empresa que paga lo acordado y lo hace con puntualidad. Pero sí de una buena cantidad de empleadores que se aprovechan del teletrabajo y, sin más y con toda la cara dura, deciden que eso de pagar no les va a hacer ricos.

Enfriemos el discurso y concretemos: la falta de trabajo en el sector de periodismo y la escritura nos ha llevado a muchos a darnos de alta en el registro de autónomos y a facturar –exentos de IVA, por cierto- en el epígrafe de producción artística y literaria. Hasta aquí, lógico: hay una necesidad y se cubre a cambio de un dinero. Pero, a partir de este punto entramos de lleno en el terreno de lo absurdo.

Basado en una historia (desgraciadamente) real

Un caso genérico y muy real: el dueño del sitio web, digamos, elsitioweb.es (no, no existe) quiere dotar a su página de contenidos; para ello publica un texto en una web especializada en anuncios por palabras… Ofrece la posibilidad de trabajar para él sin contrato y por una miseria:

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Este servidor ha llegado a ver (caso real, lo juro por Pérez-Reverte) la oferta de diez centavos (como siete céntimos) cada cien palabras de texto creado para un blog. Si se emplea, de media, del orden de diez minutos por cada cien palabras, la hora sale a sesenta céntimos ¿Debería permitirse?

Los números “cantan”

Sin embargo, no es de los sueldos de lo que quiero hablar. Quien venda su jornada de ocho horas por 96 euros al mes (0,60€ * 8 horas * 20 días), es posible que no merezca mucho más. Tampoco vamos a hablar del flagrante delito (yo, el peor de todos, que dice el tópico barroco) que supone trabajar sin contrato –facturando, eso sí, al menos algunos de nosotros-. El tema es muy otro.

Y el tema es que llegan los primeros días del mes y envías un correo muy cordial con la factura adjunta y, ya que te pones, el emoticono de una sonrisa, para suavizar el pago de cien euros por treinta horas de trabajo. Y por toda respuesta recibes… nada.

Y, claro, sin un contrato, ¿a quién y cómo vas a reclamar cuando muy bien pueden haberte dado incluso un nombre y una razón social falsos? ¿Cómo denuncias un impago que raramente supera los trescientos euros si ni siquiera sabes qué cara tiene ese señor?

Tres consejillos, y poco más

Como me sobra tanta elegancia como vergüenza les falta a otros, no van a aparecer aquí nombres (que cada cual se ruborice en la intimidad de su casa, si el cuarzo que les recubre el rostro puede volverse rubí). Sin embargo, sí que voy a referir unas recomendaciones:

De un lado, tratemos de saberlo todo sobre quien nos emplea; de otro, tratemos de firmar contratos –que tengamos al menos la prueba de que trabajamos para esa persona, valga o no de algo- y, finalmente, pongámosle nombre al ladrón. Ya que no en los juzgados (saturaríamos la Justicia), sí en cuantos foros, físicos y virtuales, sea posible.

Al fin y al cabo, nos están robando el tiempo y, como escritores, parte del alma…